Casco Antiguo dibujoPaseando por algunos de los cascos más o menos antiguos de nuestro territorio (sin referirnos al típico centro histórico conservado «intacto» o creado de la mano de algún iluminado, en un intento de mantener la huella de otras épocas viva para el deleite de hordas de turistas, que acuden en masa en busca de una foto resultona para sus avatares virtuales) observaremos lo que hemos bautizado aquí como la huella del arquitecto contemporáneo. Se trata de una especie de obsesión por crear espacio público mediante el proyecto arquitectónico, contra viento y marea, sin preguntarse tan siquiera si realmente le hace algún servicio al edificio, al barrio o a la humanidad en general. Esto, ha generado la aparición de una serie de pequeños espacios, distantes entre sí y sin ninguna correlación, que resultan de muy dudosa calidad o interés.

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Esta práctica, impulsada (o malinterpretada) en la mayoría de las escuelas de arquitectura de nuestro país, viene siendo tan habitual que, en ocasiones, arquitectos que han realizado un proyecto en una zona colindante a alguno relativamente reciente, han podido recoger los despojos urbanísticos dejados por sus compañeros años atrás, consiguiendo generar una plaza (o al menos un espacio público de dimensiones similares) de forma casi espontanea. Esta plaza o espacio generado, a menudo resulta tener cierto interés y calidad urbanística, pero es ignorado de forma sistemática por la administración durante años, al no aparecer en ninguno de sus magistrales planes urbanísticos.

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Cabe detenerse aquí un momento y responder a varias cuestiones: Qué necesidad hay de este espacio? Quien lo usa? Es una práctica positiva (aunque ocurra que se encuentren dos o más áreas de estas y podamos conformar una pieza digna, nos gustaría vivir en una ciudad donde cada dos calles nos encontremos con una plaza)? Que tratamiento debemos darle a un lugar (o dos encontrados) de estas características?

Necesidad.

Para responder a la primera, los defensores de esta práctica sacan de la chistera el ya muy desgastado argumento de la necesidad de esponjar el casco antiguo de nuestras ciudades. Si bien la afirmación es de lo más acertada, el debate real, como siempre, no está en el «que» sino en el «como», y si en este «como» tiene lugar el «a cualquier precio», sin importar la calidad del lugar generado o de la estrategia empleada.

Uso.
Esto, nos conduce automáticamente a la segunda cuestión. No es una locura afirmar que el espacio público empieza a ocuparse de forma activa cuando comercios, bares o equipamientos que promueven la interacción social se instalan en los edificios que lo conforman. De lo contrario, la mayoría de veces se usa lo público como vía de comunicación. Así pues, carece de sentido el generar una plaza (grande o pequeña) o un ensanchamiento importante, alrededor de edificios y zonas destinadas a oficinas o al lado de un equipamiento de la seguridad social, donde la gente solo usa la calle para entrar y salir de estas instalaciones.

A pesar de ello, a menudo vemos como este espacio generado es recogido por personas poco adaptadas a nuestro modo de vida habitual, con lo que no sería del todo exacto decir que no tiene uso. Es más, manteniéndonos neutrales (que sería donde, como arquitectos, nos tocaría estar) no sería exacto ni tan solo proclamar que tiene un mal uso (desde un punto de vista social). Eso, por otro lado, nada tiene que ver con admitir el fracaso arquitectónico o urbanístico del espacio generado, pues, aunque no estaría mal que existiera alguno, personalmente no conozco ningún arquitecto que proyecte espacio público pensando en que irá destinado a vagabundos, borrachos o drogadictos (por poner algún ejemplo).

Calidad.

Esto nos sitúa sin remedio en la tercera cuestión. Si afrontamos la cuestión desde un punto de vista que, más que erróneo, sería más exacto decir que no es el que nos ocupa, pueden surgir aquí debates equívocos con importantes controversias,. Existe el peligro que esto nos desvíe de la cuestión arquitectónica, sumiéndonos en discusiones sociales o políticas sobre la calidad de este espacio. Lo que queremos es hablar de arquitectura, claro está, y no discutirnos sobre si «este espacio solo está lleno de putas y drogadictos, quemémoslos a todos» o sobre si «esta pobre gente no tiene donde ir, no te gustaría estar en su situación, al menos tienen donde dormir»…etc. Así que para no despistarnos con discusiones que, aunque igual de importantes, no nos ocupan hoy aquí, propongo contestar a la vez la tercera y la cuarta cuestión de forma simultánea.

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Calidad y tratamiento.

Está claro que los planes urbanísticos están pensados y reflexionados (a veces de forma más acertada y a veces menos) siguiendo unas directrices urbanísticas concretas. Y algunas veces son las propias normativas las que nos inducen a generar un espacio libre y de publico acceso en planta baja. Aun así, sería necesario abandonar de vez en cuando nuestro laboratorio arquitectónico, nuestras probetas de papel y lápiz y pasear por la ciudad, pisar el cemento y descubrir la sensación que produce al ciudadano de a pie (que es quien sufre la arquitectura) el encontrarse con esta sucesión de espacios inconexos, de dimensiones inferiores a una plaza y, a su vez, superiores a un simple ensanchamiento de la calle y con un tratamiento pobre o indiferenciable de cualquier otro tramo de calle. Solo entonces podría plantearse si este esponjamiento descontrolado es realmente positivo para la ciudad (o si debemos controlarlo para que la aparición de este no sea tan aleatoria), y si el tratamiento de estos es el adecuado o si estamos ante nuevo espacio que requiere un trato especial y diferenciado de los que conocemos hasta ahora.

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