Quizá encontremos, entre los escritos de por aquí u otra página similar, algún análisis repetitivo de temas ya tratados años o siglos atrás, del que se han extraído conclusiones similares pero expresadas con distintos términos. Es aquí cuando, desde una prepotencia cultural que viene sintiendo históricamente el arquitecto, se trata al ingenuo pero osado analista de ignorante, solo porque no se ha leído los escritos de un tal Peter Zumbiroskosky (arquitecto y teórico neozelandés del siglo XII antes de Cristo) sobre ese tema en concreto (o quizás solo porque se le ha olvidado hacerles referencia). No existe excusa, según dicen, en la contemporaneidad, para no conocer absolutamente todo el bagaje histórico.

Por otro lado, existe también una actitud que quiere ser crítica, pero que en realidad es protectora de la profesión (sin duda heredera del mas desgarrador conservadurismo) que se ha transfigurado en una tendencia obsesivo-compulsiva a calificar de «competencia desleal» a todas las figuras que durante estos últimos tiempos han ido emergiendo relacionadas con el diseño y la construcción (arquitectos técnicos, interioristas, encargados de obra…etc).

Estos dos fenómenos, que a priori no tienen ninguna relación, forman parte de una visión arcaica de la arquitectura, que ignora las exigencias actuales de la profesión; y que es precisamente lo que intentamos analizar y contestar con este escrito: El arquitecto necesita tiempo. Pero, tiempo para que? Nos preguntaremos. Si analizamos las exigencias de conocimientos a las que está sometido un estudiante de arquitectura actual, no nos costará mucho responder a esta cuestión. A un estudiante de arquitectura de cualquier universidad, se le dan entre tres y cinco referencias de obras consideradas «esenciales» para entender la arquitectura en casi cada clase que recibe y, teniendo en cuenta que tiene de promedio un par de clases al día, enseguida nos daremos cuenta de que las matemáticas no nos cuadran.

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Este desajuste lo percibiremos de forma más clara si nos sentamos a observar con tranquilidad la actitud con la que acuden hoy en día los alumnos a una biblioteca de una facultad cualquiera de arquitectura. Para un estudiante de arquitectura (o incluso un arquitecto que lleve largos años ejerciendo su profesión) una biblioteca debería ser un lugar casi sagrado, de búsqueda, de experimentación, de investigación de nuevos y desconocidos conocimientos que nos inspiren o nos muestren nuevos caminos. Lejos de esto, estos lugares se han convertido en edificios a los que se acude con órdenes predefinidas o prefijadas en nuestra mente (del tipo «vengo a buscar ese libro para el trabajo de estructuras» o «debo encontrar mis referencias en esas obras para mi proyecto»).

Si queremos ejercer nuestra profesión de una forma sabia y equilibrada, las soluciones pasarían por alargar las horas y los días con alguna especie de artilugio capaz de modificar el tejido espacio-temporal, reducir el seguramente excesivo bagaje «de referencia» que tenemos actualmente o acudir en ayuda a la hora de ejercer nuestra profesión. De lo contrario, corremos el peligro de convertirnos en poco mas que dibujantes con discursos filosóficos vacíos, interpretes unidireccionales de filosofías y pensamientos ajenos o ratas de biblioteca enterradas entre viejos papeles y gigas de datos.

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Necesitamos tiempo para pensar bien que ejecutar y ejecutar bien lo que hemos pensado. Necesitamos tiempo para ser mas sabios, mas críticos, para aportar una visión única y particular de la arquitectura (aunque sea a través de obras comunitarias), porque esta no solo se basa en aportar soluciones imaginativas, inventar formas curiosas y eficientes o en el viejo truco de la reinterpretación de modelos históricos que tanto encandila a jueces y profesores, que también, sino que debemos encontrar la manera de transmitir nuestras respuestas. Unas respuestas que deben ser propias, únicas, que deben poner en crisis o afianzar las formas de vida existentes y que solo se adquieren a través de la sabiduría. Y la sabiduría se adquiere a través del tiempo.

Así pues, el considerar figuras como el arquitecto técnico, el diseñador de interiores, el ingeniero o incluso el encargado de obra como competencia directa que roba funciones al arquitecto, en vez de incorporarlos a nuestro trabajo como personas de plena confianza y que nos liberan de la excesiva presión a la que a menudo estamos sometidos, es una actitud mas propia de la edad media que del siglo XXI.

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Esta disponibilidad de tiempo debería trasladarse también a la escuela. No debería ser tolerable que la libreta del estudiante actual de arquitectura esté llena de referencias a textos, proyectos y autores seguidas de anotaciones como «consultar», «buscar», «leer»; sugerencias que la mayoría de las veces no va a conseguir cumplir en su vida, porqué llegará a la biblioteca con objetivos demasiado concretos. Está muy bien dar referencias, pero debemos dar también la opción a que el estudiante o el arquitecto encuentre sus propias reseñas y las filtre él mismo, para evitar a toda costa el adoctrinamiento al que estamos sometidos en la actualidad.

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Un comentario sobre “El arquitecto necesita tiempo

  1. Tienen razon si los arquitectos se apollaran mas en la gente que tienen a su lado y no pensaran en si mismos todos podriamos respirar y ejercer nuestra profesion que para eso tememos los conocimientos necesarios para poder hacerlo

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