Existen a lo largo de la historia concepciones y convenciones muy diversas sobre qué es y qué no es arte (unas más definitorias que las otras e incluso algunas de categóricas). Aún así, muchos de los creadores contemporáneos vienen arrastrando ya desde hace varias décadas la herencia (consciente o inconsciente) de algunos artistas del siglo XX que llegaron a la conclusión que el arte no puede ser nunca un objeto acabado, que su forma nunca alcanzará la perfección y que, por tanto, se encuentra en continua transformación. En este sentido Alberto Giacometti decía: «una escultura no es un objeto (…) no puede ser ni acabada ni perfecta«; los objetos «solo remiten a sí mismos», «todo objeto debe estar bien acabado para funcionar o para servir. Cuanto más acabado está, más perfecto es, mejor funciona y más bello es.»
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Si cogiéramos estas afirmaciones como premisa efectiva, deberíamos reformular algunas de las preguntas y respuestas que hemos ido obteniendo a lo largo de la historia, y que han condicionado nuestra forma actual de ver el arte hasta un punto del que no somos conscientes. Por ejemplo, cuando incluimos con total naturalidad trabajos de diseño industrial, o incluso los de diseño gráfico, entre las disciplinas artísticas ¿acaso no estamos contradiciendo esta contundente afirmación? ¿Acaso estos no son trabajos de creación de objetos perfectos y acabados que tan solo remiten a sí mismos? En esta misma tesitura podríamos perfectamente poner a la arquitectura, aunque esta, con sus numerosas contradicciones históricas en las que ahora no nos vamos a adentrar, ya se ha encargado de defenderse.
Según algunos de los arquitectos contemporáneos, la casa (o el edificio en general) es un objeto u organismo que se ve afectado, transformado o mutado por múltiples condicionantes (el paso del tiempo, las agresiones naturales e incluso las transformaciones de los usuarios o de otros arquitectos que intervienen posteriormente). Por tanto, nunca va a conseguir ser un objeto terminado, pudiendo entrar así en la categoría de obra de arte por su constante imperfección. En este sentido, entra en conflicto la afirmación de que «a las masas usuarias les suele ser más fácil vivir en la mala arquitectura que en la buena arquitectura» (O. Bohigas), (y que ya se analizó en otro artículo desde una óptica distinta), pues la mala arquitectura resulta más fácil de adaptar por los usuarios por tener menos «personalidad»; así pues, una supuesta arquitectura «inalterable» (la buena arquitectura según algunos) no podría categorizarse como obra de arte, por haber alcanzado un grado de perfección máximo y, por tanto, no debería calificarse como arquitectura; o, por el contrario, la arquitectura no debería calificarse como arte.
En la misma línea, deberíamos plantearnos si algunas de las respuestas obtenidas que beben de forma directa de la internacionalmente aceptada «arquitectura de la máquina» son las correctas. Asumiendo como verdadero el hecho de que una máquina es un objeto terminado y que, por tanto, nunca puede ser arte, ¿cómo puede la arquitectura de la máquina ser obra de arte? ¿Acaso se trata sólo de una referencia lírica y, por tanto sin valor alguno, o las aspiraciones reales de ésta eran las de alcanzar los niveles de perfección de la máquina? De ser así, ¿deberíamos negar o replantearnos las herencias que esta nos ha legado a la hora de hacer arquitectura por tratarse de meros formalismos?
La afirmación de Le Corbusier en este sentido es tan famosa como categórica: “La casa es una máquina para vivir (…) La casa debe ser el estuche de la vida, la máquina de la felicidad”. ¿Significa esto la exclusión del mundo del arte de la arquitectura o la inclusión de los objetos en el arte? A algunos les puede parecer un tema demasiado lejano y que en la actualidad ya ha sido superado, pero solo se necesita hacer una pequeña mirada histórica para darnos cuenta del gran peso que seguimos arrastrando hoy en día del legado de la arquitectura de la máquina, aunque haya sido filtrada o reinterpretada por arquitecturas como las de Stirling, Archigram y muchos otros más.
HACIA UNA ARQUITECTURA
¿Significa, por el contrario, la nulidad de las exposiciones de Giacometti y de tantos otros contemporáneos y posteriores a él? De ser así, ¿cuáles de estas proposiciones debemos poner en duda y cuáles no? Resulta bastante obvio que la respuesta dialéctica de Le Corbusier, aunque a través de creaciones brillantes, parece que responde más a concesiones propias del autor que a planteamientos más genéricos. La idea del maestro suizo de que «la máquina de habitar» no funciona sin «alimento espiritual«, es insuficiente para muchos, y el artista rodeado de materia de Giacometti o el repensar la casa desde una óptica más sensorial de Friederick Kiesler, son ideas que han calado en muchas de las arquitecturas contemporáneas, que persiguen ahora «la experiencia del habitante» como razón de su existencia, creando atmosferas y sensaciones y centrándose en «el individuo como realidad independiente y completa».
La duda que nos queda ahora es si estas arquitecturas son el resultado de planteamientos artísticos, obviamente revisables y debatibles, pero pensados desde una óptica filosófica histórica y real o si, en realidad, tan solo se trata de una manifestación más del individualismo que supura desde nuestro proyecto social actual.