«Carmen es una ciudadana de clase media-baja en una sociedad de un futuro no muy lejano. Carmen no tiene una vivienda propia, ni de alquiler, sino que comparte parte de su vida con otras personas que le ayudan en todo lo que pueden. Pertenecen todos a una comunidad, o cooperativa (o como se le quiera llamar), en la que los ciudadanos se autogestionan al margen (o de forma paralela) a las grandes multinacionales. No se oponen a ellas pues hace tiempo que comprendieron que se trataba de una batalla perdida; compran sus aparatos tecnológicos y muchos de sus productos (otros muchos son de producción propia), pagando de sobra el tributo que estas les requieren. De esta forma, y gracias al poder que les confiere la comunidad, una educación con valores positivos y una organización horizontal, evitan que las estructuras piramidales de poder les agredan y pueden continuar su vida comunitaria e igualitaria en paz y harmonía.»
Fuente «El arquitecto de Guardia».
Muchos han sido los autores que hasta la fecha han tratado de hacernos reflexionar sobre la relación entre el capital y el crecimiento de la ciudad. Es decir, sobre como el capital controla y decide como debe ser la ciudad y quien y como debe vivir en cada parte de ella, menospreciando cada vez más las figuras que hasta el momento, supuestamente, decidían la planificación urbanística, como son los urbanistas o arquitectos, e incluso a los propios ciudadanos, a los que nada ni nadie parece tenerles en cuenta.
También sería injusto eludir el hecho de que desde hace tiempo existen numerosos esfuerzos desde distintos frentes (excepto el político, que obviamente siempre se encuentra al servicio del poder económico) que tratan de encontrar estrategias que puedan adoptar personas o asociaciones afectadas para frenar esta implacable invasión del capital, y también para encontrar fórmulas para determinar cuáles de estos procesos de desalojo y/o gentrificación pueden positivos para las ciudades y cuáles no, tanto a corto como a largo plazo.
The Edge Becomes the center D.W. Gibson
Uno de los más destacables de éstos últimos tiempos lo podemos encontrar en The Edge Becomes The Center: An Oral History of Gentrification in the 21st Century, escrito por D.W. Gibson, en el que las entrevistas a testimonios de primera mano son utilizadas para intentar descubrir en ambas partes la perspectiva del problema. Con ello se consigue implicar de forma sensible al lector a través de desgarradoras declaraciones como las del terrateniente Ephraim, en las que admite que «Si sólo hay inquilinos blancos, la zona está limpia«. De esta forma se hace también una reflexión desde otros prismas, como puede ser la lacra del racismo en los países desarrollados. Aún así, sus tesis, pese a intentar dar un mensaje positivo a través del testimonio del caso de Matt, director de operaciones en la Misión Bowery, que se mantiene positivo pese a todas las adversidades a las que ha tenido que hacer frente, concluyen que, efectivamente, se trata de un problema global y del capital, dando, en nuestra opinión, un mensaje poco esperanzador. La alternativa para el ciudadano de a pie es mantener una especie de lucha épica como la de David contra Goliat, enfrentándose solo o mediante asociaciones benéficas a gigantes tan lejanos y tan poderosos, que poco se interesan por sus problemas reales.
La sensación general que se tiene es que el ser humano poco aprende de sus errores pasados. Sólo hace falta echar un vistazo al «skyline» de ciudades como Nueva York o Chicago para darse cuenta del fracaso del capital a la hora de crear y gestionar ciudades en el pasado (ahora llamadas Dubai, Abu Dhabi, Hong Kong…); pero a éste poco le importan sus fracasos sociales, mientras sigan siendo rentables.
La tendencia pues, sigue siendo confiarlo todo a soluciones que pasan por asuntos políticos. Está claro que un gobierno implicado y concienciado con la causa es mucho mejor, y mejora en cierta medida las cosas, pero en el caso de Barcelona, por ejemplo, salta a la vista el fracaso del actual gobierno, que pese a estar aparentemente implicado poca cosa puede hacer más allá de atender a casos muy puntuales y meramente propagandísticos.
Así pues, la única opción que nos queda como seres humanos si queremos vivir en una sociedad igualitaria es aceptar la derrota y empezar a trabajar cuanto antes mejor. Hacer como Carmen y organizarnos nosotros mismos. Es fácil imaginar una sociedad futura donde aceptaremos que una parte de nuestro sueldo vaya destinada a mantener estos grandes capitales que nos proporcionan comodidades y avances tecnológicos y otra va a ir destinada a garantizarnos una vida comunitaria igualitaria, que tratará de contrarrestar estas injusticias.