El arte es, o debería ser la mayoría de las veces, un proceso creativo libre de ciertos condicionantes que, de otro modo, lo apartan de la senda de lo que es el arte puro y lo convierten en otra cosa. No estamos hablando de deshacernos de todos los condicionantes que rodean la obra de arte y empezar a crear desde un hoja en blanco; es evidente que esto no solo no tendría sentido sino que, ademas, sería prácticamente imposible. Nos referimos más bien a emprender una búsqueda consciente para librarse de ciertas asunciones que hemos ido cultivando a lo largo de los siglos y que, solo quizás, sean los responsables de la incapacidad de tomar ciertos caminos que bajo este contexto pasan inadvertidos o son considerados como imposibles o imprevisibles. Una de éstas asunciones de la que queremos hablar hoy aquí son los cánones de belleza.
Los cánones es un concepto (o tal vez algo más que esto), que se ha ido formando y alimentando a lo largo de la historia, desde las culturas antiguas hasta la actualidad. Están presentes en todos los niveles, desde la elección de una prenda de vestir hasta la cualificación de otro ser humano u objeto como más o menos bello, se hacen bajo la influencia de estos cánones. Los cánones, no solo se enseñan en las escuelas, sino que se refuerzan en las revistas, televisiones o radios y también a nivel popular. En el fondo, se trata de una arma comercial.
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Uno de los puntos más controvertidos cuando se intenta definir que es arte y que no lo es, es la frontera definitoria entre «obra de arte» y «producto». Analizando el arte desde una óptica Weberiana se podría concluir que todo arte es sometido a los fines prácticos y a cierta «estereotipación». Este proceso, que él considera como de «formalización» y de racionalización propia del ser humano, lleva consigo la utilización comercial del arte y, por tanto, el alejamiento de este de su pureza, de modo que lo que se crea bajo estos condicionantes se aleja de la obra de arte pura para convertirse en un producto cuya forma debe someterse a las exigencias comerciales y no a la libre expresión del artista.
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De hecho, se podría afirmar que una estrategia eficaz para alcanzar la pureza en el arte y alejarnos así de estos condicionantes comerciales, debería ser poner en duda estos cánones, contradecirlos o, si mas no cuestionarlos como certezas. Muchos son los artistas, sobretodo en lo que a la práctica de la fotografía se refiere que, de una forma consciente o inconsciente, han puesto en valor este tema (Roger Ballen, David Mapplethorpe o Joel Peter Witkin, solo por citar algunos), así como algunos otros artistas experimentales, pero aún así siempre se ha hecho respetando ciertos valores compositivos y canónicos. La pregunta que debemos hacernos es ¿podría alguien a ir más allá y librarse de estos cánones completamente? Y de cualquier modo, si lo consiguiera ¿sería capaz de ser respetado o admirado o sería considerado simplemente alguien con mal gusto? ¿Y en que lugar queda la arquitectura en todo esto? Quizás, detrás de estas preguntas, en sus respuestas, se halla el camino hacia la auténtica obra de arte.